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2010/12/01

1 - CAÍDA (ありがとう = Arigatou) by: Akane A. Moreno



1 – CAÍDA.
      Eri Milán caminaba sumida en sus pensamientos, o más bien en el déficit de estos, cuantos más pasos daba más le costaba seguir caminando. Por fin llegó a su casa, el trayecto de la parada del autobús hacia el edificio en el que vivía no era muy largo, apenas un par de minutos, mas a ella siempre se le hacían eternos; nada más entrar por la puerta fue a su habitación, la primera puerta del pasillo, y se descolgó la mochila con desgana, se quitó la fina chaqueta de deporte azul y suspiró. Salió de su habitación para entrar a la puerta contigua, el baño, tras hacer sus necesidades y lavarse manos y cara se miró al espejo que había sobre el lavabo, se examinó cuidadosamente. Pelo desarreglado, quebrado, pajizo y de un descolorido castaño oscuro, mal cortado y peinado en un par de coletas torcidas. Se secó la cara y volvió a mirarse. Un par de ojos marrones cansados, ojerosos, tristes, vacíos... Mofletes rechonchos y grasientos. Intentó contener el llanto y es que se preguntaba si a sus catorce años era normal tener esas pintas por fuera y ese desastre por dentro. No, no lo era.
      Se echó agua de nuevo en el rostro y se lo volvió a secar, sonó su nariz y salió del baño. Caminó hacia la cocina y calentó su plato de comida, en silencio. Cuando el microondas hizo sonar su pitido cogió los cubiertos y sacó el plato de su interior, caminó hacia la mesa, se sirvió agua en un vaso y se sentó a comer. En completo silencio, en completa soledad. Terminó al cabo de veinte minutos, recogió y se lavó los dientes, se puso manos a la obra mirando y haciendo sus deberes; comprobó el reloj varias veces antes de enfilarse nuevamente la chaqueta de deporte finita de algodón y salir de la casa.
      Anduvo con paso ligero, cinco minutos tardó en llegar a la puerta del colegio. Esperó. Minutos después sonaba la campana de la Iglesia de al lado siguiéndole a esta el sonido de la sirena del recinto. Los niños se empujaban para salir, igual que las madres para recibirlos, pero ella se quedó a un lado de la verja esperando ver aparecer a ese rostro infantil e inocente tan conocido para ella. Cuando la vio movió el brazo captando su atención. Volvió a esperar y la pequeña salió de entre la multitud de niños y madres y llegó junto a Eri, su hermana mayor.
-¿Cómo te ha ido el cole hoy, Isa? –le preguntó a la menor.
      Regresaron a la casa cogidas de la mano, la mayor escuchando y la pequeña hablando. Al llegar, Isabel dejó su mochila en una silla de la sala y se sentó en otra empezando a sacar su tarea para hacer. Eri, por su parte, le preparó la merienda a la menor y se la llevó para luego ir a su habitación y seguir con los deberes.
      Los deberes no fueron un problema para Eri, los terminó relativamente rápido, luego estudió y se preparó la mochila, una vez hecho se tumbó en su cama y cerró los ojos. Ya había ocupado su mente con la tarea, ¿de qué manera podía no pensar en lo que le sucedía si no tenía nada con lo que evadirse? Y es que para Eri Milán la escuela y la casa eran dos mundos diferentes, pero dos mundos parecidos. No recordaba exactamente cuando empezaron las burlas y los acosos por parte de sus compañeros, lo único que recordaba era el dolor que estos le provocaban. ¿Y en casa? ¿Cuándo empezó a sentirse de más? ¿Cuándo empezó a decirse: seguro que estarían mejor sin mí? No podía contestar ya que para ella había sido desde siempre.
      Lloró y se durmió.
      Pasaron unas horas y llegó la madre de las niñas, cansada de haber estado trabajando, dejó su bolsa en la entrada y pasó a dentro viendo a la hija menor entretenida con los dibujos.
-Helus –bromeó la mujer.
-Hola mami –contestó la niña.
-¿Y tu hermana?
-Eri está en el cuarto.
      La madre vio la puerta entornada y llamó, al no recibir respuesta abrió viendo a su hija mayor abrazándose encogida sobre la cama; se sentó en el borde de la cama y la meció, ella abrió los ojos lentamente sintiéndolos pesados.
-¿Mm? –preguntó la menor con una onomatopeya.
-Ya he llegado. ¿Te pasa algo? ¿Te sientes mal?
-No… no es nada.
      Su madre suspiró como respuesta.
      ¿Si su madre sabía algo de lo que pasaba por la cabeza de la chica? “Algo” ya que a Eri se le daba muy bien ocultar lo que pasaba.
      Más tarde llegó César, el hermano mayor. Como hermano mayor podría haberse interesado por Eri cuando su madre le contó lo que ella le había contado pero en vez de eso prefirió insultarla y echarle las culpas de aquello que le ocurría.

      Mes y medio después: 27 de junio.
      El dolor y presión eran insoportables para la adolescente, ya no podía más, la noche anterior había recibido a su móvil cientos de insultos y esa misma mañana había discutido con su madre al punto de gritarse barbaridades, las cuales, calaron hondo suyo terminándola de destrozar. Se levantó de la cama y abrió el primer cajón del chiffonnier en el que tenía un sinfín de cosas, y entre esas cosas: un Cutter, lo sacó con manos temblorosas pasándosele por la cabeza centenares de malos momentos, de malas palabras y malos sentimientos, abrió la hoja afilada del artefacto y tragó saliva; empezó a pensar, recapacitar, meditar sobre el daño que podría tener como consecuencia la cobardía que estaba apunto de hacer, pero pensó que dicho daño pasaría sin mayor transcendencia, como lo hace una tormenta; puso la hoja del Cutter en su muñeca y cerró fuerte los ojos apretando la mano que sentía el frío de la hoja, se dispuso a presionar y cortar cuando sintió un golpe en la espalda que la hizo caer de rodillas al suelo tirando el arma blanca lejos, tenía el vello de punta y un helado viento congeló su nariz y orejas. Tenía los ojos bien abiertos, ¿qué había pasado?
      No dijo nada de lo ocurrido a su familia. Esa misma noche, después de ducharse, sacó su ordenador portátil, y empezó a navegar por la red viendo videos de YouTube hasta que le vio a ÉL. Ya le había visto antes, era una estrella en Japón con muchas fans, y le había resultado egocéntrico y estúpido, pero en realidad no supo nada de él hasta ese momento. Era un video documental de su vida, Eri quedó en shock tras la visualización del video, y es que él era igual a ella, totalmente iguales, el único cambio… la fuerza.
-¡Decidido! –se dijo a sí misma- A partir de ahora voy a cambiar… voy a ser igual de fuerte –dijo mirando su reflejo en el cristal de su habitación.
-¿Eri? –Isabel, con quien compartía la habitación, se había despertado por las palabras de su hermana.
-¡Perdón! No quise despertarte, vuelve a dormir Isa.
      La pequeña volvió a dormir mientras que ella empezó a buscar sobre él.
      Y en el fondo de esa fría, amargada, dolida, dañada, rota niña de catorce años fueron creándose unas leves brasas, brasas que se convertirían en fuego, valor, ánimo y, sobre todo, fuerza.

2010/08/12

Te Quiero



¿Te has dado cuenta que todas las letras de TE QUIERO están en la misma línea del teclado?


Es quizás absurdo pensar que a pesar de la proximidad de esas letras estúpidas tú y yo estemos separados por una gran y asquerosa distancia.


No obstante me sorprendes. ¿Qué por qué me sorprendes? Porque todos los días y a todas horas te metes en mi mente, lo destrozas todo hasta que dar satisfecho y te largas. Siquiera te despides. 


Pero cuando un día no apareces el mundo se me viene encima y me preguntó el porqué... mas justo cuando voy a caer vuelves a sostenerme.


Tú eres lo único que me sostiene... nada más. Tú eres lo único que me importa de verdad. Tú eres lo único que hace que viva.


¿Quererte? Decir que te quiero sería quedarme corta de lo que siento. ¿Amarte? ^-^ ¿Realmente hace falta contestarte a eso? ¡Sí! Te amo... TE AMO CON TODO MI SER y aunque esas letras no estén juntas en ninguna linea del teclado lo están en mi corazón justo a tu lado.


Jamás dejaré de pensarte, jamás dejaré de vivir por ti pero sobretodo jamás dejaré de amarte.

2010/08/11

As de Picas. (1 - LA TORMENTA) Autora: Akane A. Moreno

> Por favor dejad comentarios ^-^ <

1 – LA TORMENTA.
         Dieciocho de enero de 2006. Era un miércoles como otro cualquiera mas el frío, que en esta zona jamás calaba en los huesos, absorbía el calor de los cuerpos haciendo así que todos, aún estando en clase y con la calefacción, estuviésemos con las chaquetas, guantes y bufandas puestos.
         Diana se sentaba a mi lado, tiritaba y estornudaba sin cesar, impidiendo así el avance de la clase de geografía con Joan; cosa que todos le agradecieron. Su cabello era del color de la miel y sus ojos como la corteza de un cerezo, no obstante restaban ocultos tras unas gafas finitas de color rojo. Medía diez centímetros menos que yo y era casi tan delgada como un palillo. Me apoyaba en todo lo posible.
         -Tal vez deberías irte a casa, Diana, con lo delgada que eres enfermarás de inmediato y no te veremos el pelo en una temporada –dijo con preocupación Uve (Virginia).
         -¿Quién te dice a ti que no es eso lo que quiere en realidad, eh? –apuntó Lisa (Elisa).
         Uve y Lisa eran de estatura media, la melena de Uve era de un castaño cobrizo y su tez, cubierta por pecas, poseía un color blancuzco, su rostro siempre estaba iluminado por una amplia y reconfortante sonrisa. Por su lado, Lisa, era rubia con las raíces oscuras, los ojos de ambas eran de tono caoba.
         -Estoy bien –contestó ella ya cansada.
         -Pero… -intenté intervenir mas Claudia me apartó de las demás de un empujón.
         -¡Déjala en paz, Isis! ¿No ves que tú eres la que contagia las enfermedades? –quiso parecer superior a mí. Los chicos de clase a la mínima saltaban y decían: “¡¡Uuooohh!!” para exaltar algo, y así lo hicieron.
         -Es imposible –repliqué con tono jovial-. Contagian las enfermedades aquellos que no tienen ningún tipo de control médico y una higiene personal pésima, es decir, alguien como tú, Claudia –volvió a sonar el coro.
         Esa fue la primera vez que me enfrenté a Claudia, se me quedó mirando y en sus ojos verdes se podía percibir la manera en la que la ira iba creciendo y desplegándose en ella. Se quedó sin habla y con la boca abierta, parpadeó perpleja.
         Se le acercó Adán, un mete-patas y un metomentodo insoportable, nadie, NADIE, le soportaba. Se metía en las conversaciones ajenas sin ningún tipo de reparo y cuanto más le decías que no te hablara y se alejara, más te hablaba y más se acercaba. Una penitencia de las grandes.
         -Cállate –intervino él viendo que su “amiga”, la cual le ponía de vuelta y media a las espaldas, era incapaz de reaccionar.
         -Cállate tú –espetó Uve la mar de indignada-. No tienes porque meterte, esto es entre Isis y la tonta esta –señaló despectivamente a mi “enemiga”-. Además, para decir esa gilipollez, mejor no digas nada.
         Volvió a sonar el coro mientras entraba el profesor.
         -¿Qué está pasando aquí? Señorita Isis, a su asiento –ordenó el profesor de literatura, Alberto, con tono autoritário y seguir.
         -No me deja –señalé mi asiento tras el cuerpo de Claudia.
         -Señorita Claudia, si no se sienta en si sitio ipso facto tendrá que quedarse a la hora del recreo en la biblioteca, castigada.
         Ella no reaccionó. Los susurros de los compañeros hacia ella para que se moviera inundaron el frío silencio.
         -Muévete –dije ya molesta. Ella hizo una mueca de disgusto con un peculiar sonido y se apartó dándome un ligero empujón.
         En cuanto me senté se escuchó el estruendoso sonido de un trueno y tras él se pronunciaron los gritos de horror fingido de mis compañeros. El sonido del diluvio hacía eso en el discursillo del profesor. Alberto Montes no era más que un novato, es decir, hacía dos años que había terminado la carrera y las oposiciones, tenía el pelo entre rubio y castaño, de ojos zafiro, joven, llevaba unas gafas negras que se ponía cada vez que tenía que leer.
         Se puso sus gafas mientras sostenía un libro titulado “Antología de la lírica amorosa”, lo abrió y carraspeó ruidosamente por dos motivos, el primero: silenciar a los casi teinta alumnos, y el segundo: aclararse la garganta. Comenzó a leer tras comprobar, por encima de la montura de las gafas, la ensimismada atención que le habíamos otorgado.
         -Ya cantan los gallos.
         Amor mío vete:
         cata que amanece.
         Vete, alma mía,
         más tiempo no esperes,
         no descubra el día
         los nuestros placeres.
         Cata que los gallos,
         según me parece,
         dicen que amanece –terminó de recitar y nos miró.
         -¡Vaya mierda! –exclamó uno del fondo- ¡Eso va de sexo! –siguió totalmente seguro.
         -¡Y tu madre también va de sexo, no te jode! –le contestó Carlos fingiendo indignación provocando la risa burlona de los presentes.
         -No –sentenció Alberto-. No va de sexo, va de amor.
         -¡Hombre! Es lo mismo si lo miras bien –continuó Carlos.
         -No, no lo es –le recriminó su novia, Miranda.
         -No va de amor –dije meditabunda e insegura.
         -¿Entonces de que va según tú? –me miró el profesor inquisitivo. Sonó el timbre.
         -Salvada por la campana –me susurró Lisa desde atrás haciéndome suspirar.
         -Ven conmigo Isis –Alberto recogió sus cosas serio y me dirigió hasta la sala de profesores. Cerrando la puerta tras de sí dejó las cosas sobre la gran mesa. Me sentó en uno de esos asientos esponjosos de color negro y abrió el libro de la lírica por la página siete. El poema era el tercero del libro, escrito por Anónimo-. Dime que significa –señaló la página.
         -No trata de amor. Creo, supongo, es decir, no estoy segura pero… -mi voz titubeaba y mis ojos se movían inquietos no sabiendo donde mirar- creo que se trata de un mensaje de advertencia.
         -¿Menaje de advertencia? ¿A qué te refieres? –se vio una chispa de lo que yo creí identificar como ilusión.
         -Bueno, según esto –señalé el margen superior izquierdo- se trata de la Edad Media, ¿cierto –asintió pensativo-. Pues… tal vez, cabe la posibilidad –le daba más vueltas al asunto- de que el emisor de este mensaje fuera una especie de espía. Como si fuera… no sé… dos bandos, como el ajedrez –yo movía mis manos intentando simular la situación-. Imaginemos que un peón del bando negro se infiltra en el bando blanco, va avisando de cada uno de los movimientos de los blancos para que los suyos puedan adelantarse a ellos, mas los blancos empiezan a sospechar. ¿Cuál sería la mejor manera de enviar a tu bando las coordenadas del lugar o la trampa que desean tenderles? Hay que tener en cuenta que el Morse no se había inventado todavía. ¿Y bien?
         -Tal vez… -fijó la vista en el poema, releyéndolo una y otra vez con el ceño fruncido.
         -No descubra el día los nuestros placeres –recité los versos seis y siete mientras los señalaba con el índice-. El bando blanco les iba a descubrir y él, el emisor, el espía de los negros, lo sabía.
         -Cierto –musitó inconscientemente.
         -Los tres primeros versos quieren decir que al amanecer habrá una emboscada.
         -¿Emboscada? –me miró parpadeando.
         -El cantar de los gallos, en el poema, se sustituiría en la vida real por el andar de los caballos y el rechinar de las armaduras al contacto entre las distintas piezas de esta durante el galope hacia el campamento negro. “Amor mío”, es el bando negro al cual pertenece nuestro espía, al cual advierte de la emboscada y le aconseja el desalojo.
         -Increíble –cogió el libro ente sus manos temblorosas mirándome inquisitivamente a ratos.
         -Es un mensaje –dictaminé más segura ahora de mi estúpida teoría.
         -No lo sé. Sólo… sólo veía eso, en vez de ese “amor”, yo veía a los dos bandos y al espía escribiendo con la llama de un candil el breve poema.
         -Increíble –susurró de nuevo.
         -¿Puedo volver a clase? Tengo biología con La Hierbas, quiero decir, Doña Anacleta –me levanté sin esperar respuesta.
         -Isis –me llamó y me giré-, ten cuidado.
         -¿Cuidado? –realmente, Alberto, empezaba a parecerme cada vez más raro.
         Entraron en la sala Paco y Jorge, profesores de matemáticas; Paco era el tutor de mi curso.
         -Isis. ¿Algo va mal? –preguntó Paco extrañado al no verme en clase.
         -No, nada. Ya me iba –cerré la puerta muy lentamente escabulléndome.
         -Toqué a la puerta del aula. La Hierbas, Doña Anacleta, era una mujer que aparentaba unos cien o doscientos años pero que no llegaba a los cincuenta, de pelo blanco y ojos grises que llevaba unas grandes y anticuadas gafas de color chillón en la punta de la pálida nariz y que siempre se pintaba sus finos labios arrugados de un color rojo intenso, pero la gran cantidad del pintalabios se le quedaba en la postiza dentadura. Me dejó entrar a regañadientes. Me tenía manía, y no es que yo me lo inventase como la mayoría de los alumnos, no, era cierto… mis exámenes los corregía a conciencia pues deseaba putearme bajándome nota por cualquier estupidez, no obstante jamás bajé de un notable alto en esa clase.
         -¿Qué quería Alberto? –escribió en un cacho de papel Uve.
         -Nada importante –contesté en el mismo cacho.
         La Hierbas siguió con su rollo sobre la reproducción asexual. A la hora del recreo fuimos a la puerta de cristal del edificio nuevo, donde estaban las aulas de 1º, 2º, 3º y 4º de la ESO, dispuestos a salir a las pistas de futbol, baloncesto o la cantina. Pero las pistas estaban inundadas y el cielo no cesaba su llanto de agua dulce; el ruido estruendoso de los truenos y la cegadora luz de los relámpagos hacía que los corazones se detuvieran expectantes pues la sensación de que el cielo se resquebrajaría y caería al suelo destrozándolo todo a su paso dominaba en ese momento la mente de los estudiantes.
         -¿Qué quería Alberto? –me preguntó Uve de nuevo- Ahora en serio.
         -Nada –contesté alargando las vocales para luego suspirar.
         -¡Venga ya! –exclamó Lisa.
         -Nada, de verdad. Sólo quería que le dijese mi opinión sobre el poema –le quité peso al asunto.
         -Pos pa eso… menuda gilipollez –dijo Diana hablando mal a propósito.
         Suspiré ruidosamente y fijé mi mirada en los edificios de la ciudad, pues el recinto de los institutos se hallaba a las afueras, cerca de una montaña y de la estación de bomberos, mientras me comía el bocadillo de jamón serrano dando así la discusión por terminada.
         Al terminar las clases nos dirigimos al autobús blanco y azul, de la compañía contratada por el ayuntamiento. Ya montada me puse el mp4 aislándome de todos y de todo.
         Los limpia-parabrisas del bus se movían sin descanso y el agua precipitaba por la luna con gran ímpetu, como una cascada por una alta montaña. El corazón me dio un vuelco, se me encogió de golpe impidiéndome respirar cuando unos coches más adelante tuvieron un choque obligando a los demás a frenar. El negro y resbaladizo asfalto estaba encharcado de agua por culpa de la tormenta con la que amanecimos. Hubo un accidente en cadena, del que yo no recuerdo más que un sonido sordo, el freno, el derrape de motos y coches, los gritos de todos los adolescentes que en ese momento nos encontrábamos dentro incluido el del conductor. Sus maniobras. Y el golpe del lateral izquierdo de mi cráneo contra el cristal concediéndome así silencio, oscuridad y paz. Recobré la consciencia durante unos segundos, el tiempo suficiente para escuchar las sirenas de policía y ambulancia, en aquel día de tormenta. Pensé que ese sería mi fin. Un fin prematuro en el cual no se encontraba mi madre, no obstante vi a mi padre, con la clásica sonrisa suya que aparecía en todas las fotografías esperándome expectante. Volví a perder la consciencia.
         Al volver al mundo de los vivos, una luz blanca me cegó. El olor a medicina inundó mis pulmones y el ensordecedor sonido de los apremios de los médicos y enfermeros terminó de despertarme.
         -¿Qué…? –me erguí intentando hablar- ¿Qué ha pasado? ¿Dónde…? ¿Dónde estoy?
         -Isis. Isis, cielo –la voz de mi tía Lidia, mi rubia y jovencísima tía Lidia, sonó alarmada-. Has tenido un accidente, bueno el autobús entero. ¿Cómo te encuentras? ¿Bien?
         -Me duele la cabeza –me toqué la parte izquierda comprobando que estaba vendada.
         -Te han puesto puntos –mi tía Halys apareció por el pasillo luciendo su hermosa cabellera borgoña.
         -¿Cómo están los demás?
         -Sólo ha habido cinco victimas mortales, el conductor y los chavales de los primeros asientos. Tus amigos están sanos y salvos.
         -¿Podemos ir a casa?
         -Tiene que venir el doctor.
         -Aquí estoy –un hombre con bata blanca y de unos cuarenta años con bigote se nos acercó-. Soy Don Anselmo. ¿Cómo te llamas? –no esperó a que yo le contestara- Isis Gallardo. Interesante. Fractura… -empezó a murmurar jergas médicas una y otra vez en voz cada vez menos audible, firmó un papel con la mano izquierda y se lo entregó a Lidia-. Bueno, que te mejores –se marchó.
         Me puse la chaqueta. Llegamos al Mercedes de mi tía Halys; nos habían llevado a todos al Hospital de la Vila Joyosa.
         Cenamos sopa y tortilla de patatas pero solo pude meterme en el cuerpo la sopa calentita. Me fui a la cam. Sobre las doce me desvelé por culpa de mi tía Persia, recién llegada de una cena con su novio el bombero.
         -¿Se encuentra bien? –preguntó ella.
         -Sí, bueno. No hay nada inusual en ella, sólo no tenía apetito –contestó Lidia.
         -Lleva lloviendo todo el día –observó Halys.
         -Es como si alguien mantuviera las nubes aquí, en Benidorm. No es normal –suspiró Persia.
         -¿Habéis avisado a María? –María era mi madre.
         -Sí. La hemos avisado al campamento de Siria.
         -¿Crees que contestará?
         -Es su hija –cavilaron unos segundos-. Pero tal vez crea que es para informar.
         -Esta mujer… ¡No sé que demonios tiene en la cabeza! Puede que nuestro hermano muriera pero… ¡Joder! Es su hija y en vez de estar con ella, se va.
         -Persia no te pongas así, que Isis está durmiendo. María, lo único que hace es trabajar.
         -Sí, pero… llama de higos a peras y cuando viene no pasa nada de tiempo junto a Isis –dijo realmente molesta.
         -Isis ha salido a ella en ese aspecto –murmuró Halys.
         Dejé de escuchar. Intenté ensordecer los sollozos contra la almohada para que no supieran que las había estado escuchando.
         El sol apareció, únicamente para decir “¡Existo!” y volverse a esconder tras las nubes negras de tormenta, quienes siguieron inundando las calles de este pueblo/cuidad turístico-costanero. Salí de mi habitación tras ponerme los vaqueros y la camisa rosa palo con el chaleco negro y las botas planas. Preparé la tostadora y me hice un vaso de leche con cacao soluble. Mi tía Persia se levantó; morena como ella sola, con unos ojos turquesa, iguales a los de mi padre esa el blanco de los piropos siempre que salía de fiesta con mis tías o sus amigas. Era la psicóloga de la policía local de Benidorm.
         -Buenos días Isis. Hoy no hace falta que vayas a clase, no seas tonta, aprovecha el accidente y auséntate –dijo sobándose los ojos.
         -Paso –unté mantequilla y mermelada de fresa en mis tostadas. Me dirigí al salón y, como no, ella me siguió dándole vueltas al azúcar dentro del café.
         -Si quieres desayunar, hazlo, pero… -intentó disuadirme con voz preocupada.
         -No puedo dormir –interrumpí en tono de molestia. Al fin y al cabo estaba despierta cuando ella apagó la alarma de mi despertador-. No sé que me pasa, no me siento bien. Necesito ocupar mi mente, y la mejor manera de hacerlo es estudiando y forzándome a prestar atención en clase.
         -Isis –se rindió-. Está bien –suspiró dramática-. Pero yo te llevaré hoy en coche y te recogerá Halys.
         Ya en el coche camino al complejo de institutos Salt de l’Aigua (Salto del Agua).
         -¿Cómo te fue la cita de anoche? –necesitaba impulsar el tema dejos de mí y a Persia le apasionaba contar sobre sus citas, parejas o… ya sabes, ese “o”- ¿El bombero, no?
         -Genial, pero la fastidió al pedirme que fuera a vivir con él.
         -¿Te pidió qué…? ¡Madre del Señor! ¿Y qué le contestaste? –no me importaba mucho pero tuve que enfatizar una emoción inexistente.
         -Me hice la sueca –contestó acariciándose el pelo-. ¿De donde has sacado eso de “madre del señor”? ¿Desde cuando eres católica?
         -Desde nunca, tía. En clase hay un compañero que lo dice con ímpetu y me hace gracia, pero lo peor de todo es que te lo pega y ya lo llevas arrastrando. Es jodido –fingí reírme.
         -Ya decía yo. Tú sueles decir eso de “Je-sús” –me imitó. Yo solía separar en sílabas esa palabra y enfatizar cada una de ellas cuando algo me descolocaba o por puro vicio-. ¿Lo aparco o lo dejo allí donde está Diana?
         -Déjalo allí, total, ¿para qué vas a aparcar si ya vas tarde a trabajar?
         -¡Ostras! –lo dejó frente a la puerta del antiguo F. P., el actual instituto de secundaria y bachillerato en el que estudiábamos.
         -Chao –nos despedimos, saque mi mochila roja llena de dibujos hechos con el permanente y me acerqué a donde estaba Diana abriendo mi paraguas transparente con flores de cerezo rosas.
         -Hola, Isis. ¿Cómo te encuentras? Uve me llamó y me contó lo del accidente. ¿Por eso te han traído hoy en coche?
         -Sí. Estoy bien.
         Aún llevaba el vendaje en la cabeza. Abrieron las puertas y nos dejaron entrar a los veintitantos alumnos que esperábamos afuera helándonos de frío y calándonos de agua. Entramos en el aula, pues estaba abierta.
         -¡Qué lista! –gritó de golpe Diana.
         -¿Qué?
         -Te has puesto botas –miré sus pies, llevaba manoletinas.
         -Tú eres tonta –empecé a reírme hasta que entró por la puerta Sofía Muñoz, la pija.
         A ella le gustaba que le llamásemos Fía. Era muy, muy alta, con el pelo largo y rizado, pero demasiado delgada para su altura. Tenía un tic en los ojos, y se compraba todo de marca ya que según ella: “Si no es de marca no sirve para nada”.
         -Hola chicas. ¿Qué te ha pasado Isis? –exclamó al verme fingiendo desmesurado interés.
         -El accidente del bus de ayer.
         -¡Ostias! ¡No me jodas! ¿Estabas allí? –abrió mucho la boca.
         -Hombre, acaba de decirte que se lo ha hecho allí –contestó Diana. Ella era así de “sarcástica” por ello era querida por todos ya que no se sabía cuando era en broma y cuando cierto. Pero en esta ocasión la estaba llamando tonta por toda la cara y la otra sin enterarse.
         -Uve y Lisa también estuvieron –dije quitándole importancia al asunto del accidente.
         -¿Están bien?
         -Claro. No tienes de qué preocuparte Fía –la corté.
         Uve y Fía habían sido amigas desde el colegio pero pasó algo entre ellas que desconozco y su relación fue disminuyendo hasta derivar en la clásica relación de compañeros, es decir: “Hola”, “¿Qué tal?”, “¿Has hecho los deberes?” o “¿Has estudiado para el examen?”. Una lástima.
         Siguieron entrando compañeros y siempre me preguntaban lo mismo que me preguntó Fía. Faltaban cinco minutos para que sonara la sirena y diera comienzo la clase de matemáticas con Paco y no habían llegado ni Uve ni Lisa. Supuse que sus padres les habrían dicho lo mismo que a mí mi tía, que me quedara a descansar. No obstante aún considerando esa posibilidad estaba preocupada. Comenzó la clase pero no hubo ni rastro de mis amigas durante las tres primeras clases. En el recreo, mientras me comía el bocadillo, llame con el móvil, que estaba prohibido, a Uve.
         -¿Sí? –contestó al otro lado del teléfono.
         -¿Sí? ¿Cómo que…? Bueno déjalo. ¿Cómo estás? ¿Por qué no me has llamado? ¿Sabes como se encuentra Lisa? ¿Por qué no habéis venido? –respiré ruidosamente- Joo –me quejé como las niñas pequeñas-. ¡¡Contesta!!
         -Relájate –se río con su dulce risa-. Estamos bien. No te hemos llamado porque no se ha dado la ocasión, como tú a nosotras –me echó en cara sarcásticamente-. Lisa está realmente bien, no se ha hecho nada y yo me dí un golpe en la frente pero estoy bien. No hemos ido porque nos han dejado quedarnos, Lisa está aquí, ¿quieres hablar con ella?
         -No, no déjalo –suspiré aliviada-, menos mal que estáis bien. Cuidaos. Solo estaba preocupada. Chao.
         Colgué y le conté lo que me había dicho a Diana.
         -¡Isis! –me llamaron. Al girarme me encontré con que Alberto me estaba llamando, y era realmente extraño que me llamara por mi nombre pues siempre andaba con el rollo de “señor” y “señorita” en clase porque era muy joven y pretendía resaltar su “autoridad”.
         -¿Qué ocurre? –pregunté.
         -¿Estás bien? Me han dicho lo del accidente. Tenemos que hablar.
         -¿Perdón?
         -Por favor. Es urgente –llevaba las gafas torcidas, no se había afeitado. Me pareció desesperado así que asentí y le seguí. Fuimos a la biblioteca, estaba desierta.
         -¿Qué ocurre? –pregunté de nuevo con molestia forzada.
         Dejó sus libros sobre una de las mesas más próximas a la puerta y pasó a las mesas de los ordenadores.
         -Acércate –pidió.
         Me acerqué. Se le veía nervioso, se mordía una y otra vez el labio inferior y escribía a una velocidad sobrehumana en el teclado del roñoso ordenador. Me senté a su lado, estaba preocupada por su estado mental.
         -El poema –dijo finalmente alejándose del aparato-. El poema anónimo, se dijo que fue encontrado en una iglesia pero no fue así –se calló de golpe, supuse que para darle emoción a su discurso-. En su origen, los monjes, esto… quiero decir…
         -¡Alberto, Alberto! –le puse la mano sobre el hombro-. Ya vale. Relájate alma de cántaro –me miró y sentí una extraña sensación de paz.
         -Los monjes acogieron a unos guerrilleros desvalidos quienes proclamaban ser ganadores, se los únicos supervivientes, de una guerra que dejó al mundo tal y como lo conocemos, es decir, la gran batalla.
         -¿Perdón? –yo no entendía nada.
         Señaló con el dedo índice la pantalla del ordenador. Al fijarme se podía ver una marca en una especie de mosaico romano, esa marca era un As de Picas, al lado de esta había otra marca, un As de Tréboles. Alberto se llevó la mano al cuello y sacó de dentro de su camisa un collar, se lo desabrochó y me lo acercó. Era el As de Tréboles grabado en una plaquita pequeña de plata, al tocarlo una rara sensación me abordó, sentí que todo a mi alrededor se oscurecía y un color verdoso comenzó a emanar del collar, noté como la sangre corría por mis venas y como mi corazón tartamudeaba.
         -¡Isis! ¡Isis! –me llamó Alberto haciéndome salir del trance en el que me encontraba- Ha sido increíble, los ojos se te han vuelto verdes –él estaba alucinado y yo no podía salir de mi perplejidad-. Eso significa que yo estaba en lo cierto.
         -¿A qué te refieres?
         -En el principio de los tiempos hubieron –suspiró- siete guerreros celestiales capaces de dominar la telequinesia, gracias a ella dominaron el choque de los meteoritos y todos esos cuerpos para formar así los planetas que hoy día conocemos. Ellos, conocedores de las condiciones mínimas necesarias para crear vida, colocaron a la Tierra en el tercer lugar, para tener la cantidad adecuada de calor favorable para la vida. Los guerreros se encargaron de hacer que las especies aparecieran, evolucionaran o se extinguieran.
         >>En otras palabras, ellos fueron los creadores de la vida. Tras ver su obra concluida, se sintieron tan orgullosos y con tantas ganas de conocer el alma humana tan diferente a la suya que descendieron desde las estrellas para vivir con los humanos mas uno de ellos no descendió alegando que no deseaba mezclarse con sus súbditos, sus compañeros no supieron como reaccionar. Ya en la Tierra se maravillaron y todos ellos se enamoraron de los humanos que habían creado, renunciando a su inmortalidad. Pero el guerrero que se quedó en lo alto de los cielos se dedicó a alterar los pensamientos de la gente y a crear desastres naturales, o más bien, a hacerlos más frecuentes. Envió a seres dañinos como el minotauro, manipuló a las personas, pero los descendientes directos de los seis guerreros restantes y estos mismos, les dieron la vida a los vampiros, otorgaron el don de la adivinación y el de la magia, modificaron en ADN humano para que pudieran transformarse en animales; el caso de los licántropos, los hombres lobo y los transformistas, también otorgaron gran fuerza a los humanos como Hércules o Sansón haciendo así que la gente dijera que eran héroes.
         >>Nadie, jamás, fue conocedor de la verdad –parpadeó un par de veces-. Se me olvidaba, los seis guerreros tuvieron una especie de guardaespaldas para ellos y sus descendientes. Dejaron que las personas se crearan sus propias historias de cómo de creó el mundo, como los griegos y sus dioses, los romanos y la copia de los dioses griegos, la Biblia y el resto de libros sagrados, y sobre todo los científicos que aunque estaban rozando la certeza jamás se les ocurrió pensar en algo así. No obstante los japoneses, con su religión sintoísta se acercaron bastante, pues su “leyenda” cuenta que Izanami e Izanagi fueron los dioses creados de las islas de Japón mediante una espada o una daga, hay distintas versiones, y que un descendiente de los dioses sintoístas fue el primer emperador. Cierto. Los descendientes de los dioses en la Tierra, los dioses eran nuestros siete guerreros, incluyendo al “malo”. En otras palabras, los humanos que más se acercan a la verdad son los japoneses.
         Cuando cesó su relato me sentí descolocada. A mí me volvía loca la mitología, la cultura y las teorías científicas pero… creerme esto era un poco difícil, sin embargo le di una oportunidad. Al fin y al cabo nunca se sabe que puede ser verdad y que mentira, ¿no?
         La lluvia no cesaba y yo no articulaba palabra, Alberto miró el ordenador, respiró hondo un par de veces. La tormenta se intensificó.
         -El golpe de tu cabeza ha hecho que la telequinesia que posees despierte. Eres uno de los seis guerreros celestiales que descendieron a la Tierra –el colgante en mi mano se deslizó y se elevó en el aire hasta volver a colocarse en el cuello de mi profesor-, como yo. Mi símbolo es el As de Tréboles, como habrás comprobado. La capacidad que has tenido al averiguar el verdadero significado del poema “amoroso” de la Edad Media me hizo sospechar de que podrías ser tú, pues yo vine aquí con la misión de encontrar al As de Picas y sólo una persona de esta ciudad podía serlo, tu perspicacia, inteligencia y rapidez de raciocinio fueron los que me han llevado a averiguar que Destino hizo que la tormenta se desencadenara sobre esta ciudad para que en el accidente del autobús te dieras el golpe y la telequinesia despertara.
         -¿Destino? ¿Acaso es una persona o algo? –me sorprendió pues lo normal es decir “el destino” y no “Destino”.
         -Destino es una persona, bueno algo así. Difícil de explicar. Destino es como una divinidad, parecido a los guerreros celestiales pero distinto.
         No me había aclarado nada.
         Me costó hacerme a la idea, pero en mi interior sabía que era cierto, yo no era como los demás habitantes de esta “cuidad” (como todos se empeñaban en llamar a Benidorm) y nunca pude ver a este sitio como mi hogar. Me encantaban el frío, las nubes, la lluvia y la noche, aún habiendo nacido en pleno verano. No, definitivamente, yo ya sabía que no era normal.
         Suspiré profundamente. Cerré los ojos y empecé a concentrarme en las hojas que él había dejado sobre la mesa minutos antes, pues de un modo u otro debía averiguar si estaba o no en lo cierto. Abrí los ojos. Alberto, supongo que suponiendo que estaba asimilando su narración continuó haciendo cosas en el ordenador. Fijé mi vista en los papeles y respiré profundamente viendo como poco a poco se movieron hasta formar un torbellino, el profesor se levantó de un salto perplejo y jadeando asustado. Me miró y terminé de mover los papeles. Yo lo había hecho y eso me asustaba más que pensar que mi profesor de literatura le daba a las pastillas o algo más grave, porque sinceramente, eso fue lo que pensé cuando me contó la historia.
         -¿Lo has hecho tú? –me cuestionó con miedo.
         -Eso creo. Sí –musité abstraída.
         -Es impresionante. Por lo normal los primeros días no puedes mover ni una hoja de papel carbón. ¿Cómo lo…? No lo entiendo. Debes de tener una fuerza mayor a la mía –fijaba su vista en los papeles detenidos.
         -¡Espera! –me sobresalté de más- Me dieron el alta. ¿Por qué? Si tenía eso en la cabeza… ¿Por qué me la dieron?
         -El doctor que te atendió fue quien liberó mis sospechas, me llamó, al fin y al cabo él y yo somos grandes conocidos.
         -¿Grandes conocidos?
         -Sí –me contestó divertido-. Es mi padre.
         -¡No jodas! –me excedí- Perdón.
         -Él sabe perfectamente lo que soy, y lo que tú eres también. Isis, somos los salvadores de este planeta, ahora con la polución, el efecto invernadero y todo eso, no son sólo los demonios enviados por Fénix (el séptimo guerrero, el que no quiso descender) los culpables de nuestra reaparición. Debemos proteger al mundo.
         Sonó el timbre.
         -Tengo clase –huí por la puerta.
         -¿Qué quería Alberto? –preguntó Diana cuando me senté en mi asiento.
         -Nada.
         -Últimamente te llama por nada –dijo sarcástica.
         -¿Tú crees? No me he dado cuenta –me hice la tonta.
         Me dolía el estómago y sentía angustia, estaba nerviosa por eso de tener que proteger al planeta. Quizás tendría que meterme en una guerra. Yo odiaba y ahora más que nunca odio las guerras. Supuse que solo había sido una manera de hablar y que no me tocaría “luchar”, cosa que no sabía hacer, contra ningún demonio de esos. Pero sabía que debía averiguar más cosas y no quedarme a las puertas. Tal vez todo estaba unido, el ausentismo de mi madre, la sobreprotección de mis tías, mis amigos, enemigos, el clima, mis notas, el accidente… Sólo, tal vez.
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